El sol es un arma de doble filo: aunque es tremendamente nocivo en exposiciones prolongadas, resulta imprescindible y beneficioso en forma moderada.
Con las debidas precauciones, podemos sacar mucho partido a las horas que dedicamos a tomar el sol, obteniendo beneficios para la piel y el organismo en general. En concreto: mejora el aspecto de la piel y combate ciertos problemas cutáneos, nos ayuda a fortalecer los huesos, aumenta nuestras defensas, hace que nos sintamos mejor, reduce la tensión arterial y, por último, nos mantiene más activos.
Mejora el aspecto de la piel
El sol ayuda a mejorar determinados problemas cutáneos, como el acné o la psoriasis. Para ello se debe tomar el sol en las horas de menor intensidad y durante un tiempo prudente: a primera hora de la mañana o última de la tarde, y sin superar los 30 minutos.
Ayuda a fortalecer los huesos
Los rayos ultravioleta hacen posible la producción de vitamina D en la piel, que es un elemento fundamental para los huesos ya que favorece la absorción de calcio y fósforo.
Tomando el sol tres días a la semana durante 5 o 10 minutos mantendrás un nivel adecuado de vitamina D.
Aumenta nuestras defensas
El sol estimula la producción de los glóbulos blancos o linfocitos, encargados de combatir las infecciones, y así mejora nuestro sistema inmunológico.
Hace que nos sintamos mejor
Con el sol somos más felices, ya que aumenta la producción de serotina, un neurotransmisor asociado a la sensación de bienestar y que también interviene en la regulación del sueño y la temperatura corporal.
Reduce la tensión arterial
Al dilatar los vasos sanguíneos más superficiales, el sol mejora la circulación de la sangre en la piel y en consecuencia disminuye la presión arterial.
Nos mantiene más activos
La melatonina es responsable, entre otras cosas, de regular el sueño. Con la luz su nivel desciende, lo que hace que nos sintamos más despiertos y activos durante la primavera y el verano, que son las épocas del año en las que hay más horas de luz.
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